El sartén

Bien, además del sartén también estaba la olla de la aguapanela que siempre estaba llena y en muchas ocasiones la olla del maíz que igual se ponía diario al fogón para cocinar en las mañanas el maíz de las arepas, todas tiznadas por igual.

Sin duda la cocina campesina, además de la tradición, tiene otros secreticos bien guardados que no llevamos en la mente sino en el corazón y es este el que cuando la sazón es de aquellas, nos activa y remueve esos recuerdos.

El solo hollín producido por esos fogones de leña e impregnado en las ollas es de por sí un ancla que nos conecta con las profundidades de la tradición. Ay del atrevido que ose a lavarle el sartén a la abuela. Le “bota el gustico” y de paso le daña la sazón. Ese día se amarga el genio de la abuela y la comida no sabe igual, así pues que sugiero que el tizne siga sazonando nuestra cocina.

En cuanto al uso, si algo me llamó la atención al llegar a la ciudad, fue la famosa “carne a la plancha” que vino a reemplazar mi tradicional carne frita, que era un tronquito grueso y sabroso que se sumergía en el sartén tiznado lleno de aceite; ahora toca una delgada pieza de carne asada con lo mínimo de grasa posible. Y ni que decir de un huevo bien frito, también sumergido en ese mismo sartén y que luego flotaba, dejando quemaditos los bordes y con la yema suave. Todo lo que caía en ese sartén salía transformado en un maravilloso manjar, porque todo pasaba por allí, bueno, menos los fríjoles que eran saborizados con un poquito de aceite caliente, salido del mismo sartén, y que se le agregaba al plato antes de ser puesto en la mesa. Y como si fuera poco, la tajada frita de plátano madura acentuaba su dulzor en ese mismo sartén. Ese era nuestro postre al que no le podían faltar unos quemaditos pegados a su superficie. Si, la base de nuestra nutrición salía de un sartén tiznado y no recuerdo exceso de triglicéridos ni gastritis o cosas de esas, solo recuerdo olores y sabores ahumaditos y llenos de vínculos amorosos.

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